Una vez más fui a un concierto de Silvio. Debería decir que fui a escucharlo cantar, pero la realidad es que su voz estaba maltrecha, agotada y ausente, producto de un cuadro gripal circunstancial pero signo de un largo recorrido que ha dejado sus marcas sobre esa inmensa vida. ¿Por qué en esta oportunidad, al terminar el recital del trovador cubano, me invadió la nostalgia? Probablemente porque su tenacidad, que lo sostuvo cantando sin voz sus himnos eternos y necesarios, me resultó el reflejo claro de una época que quizás ya esté perimida. Porque el tiempo de soñar con lo imposible, con la revolución, con el lazo amoroso con el otro, parece haber sucumbido ante la certeza impuesta por el “realismo capitalista” (Fisher). Porque algunas de sus canciones parecen ya no ser parte del arte del presente. Como si el necio se empecinara en denunciar desde la afonía más elocuente las injusticias cotidianas, aunque su grito no lograra encontrar oídos que sepan escuchar. Como si esos futur...