En 1948 el eterno Alfred Hitchcock soñó con filmar una película con un único plano secuencia. A pesar de las limitaciones técnicas de la época, el resultado de ese anhelo fue la extraordinaria “La soga”, film que abriría esa tradición que, pasando por “El arca rusa” de Sokurov (2002) o la serie “El colapso” (2019), llega hasta la reciente “Adolescencia” (2025).
Si bien esta miniserie de actuaciones contundentes gira alrededor de un homicidio y las problemáticas que atraviesan al muchas veces desconocido mundo adolescente, me interesa poner el acento en la cuestión técnica. Porque el uso del plano secuencia, cuando no es un mero alarde de virtuosismo, nos tienta a interpretarlo como expresión del triunfo del tiempo sobre el espacio, es decir, de la perseverancia del transcurrir lineal del primero contra los límites que impone el segundo. Por mi parte, sostengo que este recurso técnico y estético, cuando está puesto al servicio del cine, explicita la materia con la que trabaja el séptimo arte.
Miguel Ángel afirma que “La piedad” ya estaba allí en el mármol; el solo tenía que quitar el excedente. Lo mismo señala Tarkovsky cuando afirma que hacer cine es “esculpir en el tiempo”, en tanto el realizador se enfrenta a esta roca sutil para quitar de la escena aquello que resulta innecesario. El plano secuencia tiene entonces la virtud de sacar a la luz esta humilde tarea del artista cinematográfico, ya que nos permite reconocer que, incluso manteniendo un constante fluir de la cámara y su registro, hay un montaje, una edición, que se dan en el mismo plano. La lente selecciona, interpreta, asume una perspectiva por el solo hecho de registrar lo que tiene frente a sí.
Cuando termina la entrevista entre la psicóloga y el acusado, resta el tiempo que por lo general la cámara omite: el después. El plano secuencia parece detenerse y dejar de perseguir la acción, al igual que la historia no pretende develar un misterio ni poner el foco en el crimen en sí mismo. La lente, en ese cierre del episodio, decide por primera vez fijarse en un tiempo muerto, en el que nada parece suceder, recordándonos que ese mismo tiempo es el que atravesaba el joven acusado en su habitación frente a su solitaria pantalla. Allí, una vez más, el cine no supo estar.