La mejor película de la historia, por los próximos diez años, será “Jeanne Dielman, 23, Quai du Commerce, 1080 Bruxelles” de Chantal Akerman (1975). Así lo sentenció la encuesta realizada por la revista inglesa “Sight & Sound” y el temblor todavía sacude nuestros pies. ¿Por qué ha despertado tanta polémica?
Porque representa un cambio “geopolítico”, ya que una película belga ha terminado con el reinado de los EEUU: “El ciudadano” de Orson Welles (1962 a 2002) y “Vértigo” de Hitchcock (2012).
Segundo, ante el virtuosismo formal de sus antecesoras la película de Akerman hace alarde de 201 minutos de planos fijos.
Tercero, dejamos de lado la historia del héroe y nos enfrentamos a la narración de la “bolsa de hacer las compras” (cf. Ursula K. LeGuin). Escenas cotidianas centradas en los quehaceres domésticos. Para muchos, en esta película no sucede “nada”, excepto por el desenlace final.
Cuarto, el argumento recurrente para explicar este empoderamiento del cine feminista es, precisamente, cierto espíritu de época que signa a esta elección de “corrección política”, cerrando el debate ante las potencias inscriptas en el film.
Desde mi perspectiva, la película de Akerman es una denuncia de las sociedades capitalistas contemporáneas, consolidadas sobre la distinción entre el trabajo productivo (explotado) y el trabajo reproductivo (esclavo), encarnado principalmente por cuerpos feminizados que sostienen con las tareas de cuidado la fuerza productiva de una sociedad. Trabajo no-remunerado que se oculta bajo la excusa del amor, los sentimientos y cierta esencia de lo femenino que tiende hacia la protección de los suyos (cf. Silvia Federici). ¿Cómo no reconocer esos gestos cotidianos que resultan invisibilizados? Desayunar de pie mientras se prepara el festín para el hijo, acelerar la propia ingesta para servir el próximo plato, dejar en el fuego una preparación mientras se cumple con otras tareas, abrir los ojos antes de que suene el despertador para inaugurar el día de los demás, desorientarse cuando la máquina de la vida cotidiana se ve interrumpida por una comida quemada.
“Jeanne Dielman” es una película sobre la maquinaria capitalista y su funcionamiento, automatismo que incluso reduce a la poesía a una mera reproducción mnemotécnica. Pero también es una película sobre la violencia que ejerce sobre ciertos cuerpos, principalmente la económica: la protagonista en su rutina cotidiana deja espacio para el trabajo sexual del que obtiene el dinero necesario para pagar los gastos diarios y sus deudas, todo registrado minuciosamente en su cuerpo y sobre el papel (cf. Verónica Gago).
Entonces, la polémica se despierta porque los sectores conservadores de siempre, plagados de buena conciencia y erudición técnica, no quieren reconocer que esta película pone en crisis nuestro mundo y nuestras identidades, invitándonos a entrar en el ritmo cotidiano de aquellxs que no solo no tienen voz, sino tampoco imagen.